Las tardes veraniegas son definitivamente, las que más disfruto. Huir de las maquinas un tiempo y sumirse en la espesura y el calor, el aroma de los naranjos y la tierra mojada.
Y aconteció que una de esas tardes me hallaba yo desamparado y adusto, contando en un cuaderno los sueños y recuerdos que en alguna instancia tuve. Era una escena amena, aunque melancólica, y es que la nostalgia decanta abruptamente durante el mes de enero, esa era mi imagen, un mozuelo huraño con el ceño fruncido y marchito, aun cuando solo soy un muchacho un chico hundido en los espacios que la memoria destina al reposo de mi cuerpo.
Ella solía estar ahí, a veces llegaba a llenarme la cabeza de remembranzas, otra me encaminaba hasta la banca y aunque yo no pretendía amarle, a ratos me exigía un gesto de cariño. Esa era la tarde, retratándola en un verso, victoreando su partida aun entre los escombros de mi derrota.
Ella no existe más.
Había pasado un rato desde que estaba situado ahí en la plazuela, el verso ya era un poema y la luz del sol estaba madura
era el éxtasis de mi desolación. Cuando inesperadamente fui interrumpido por alguien más. No le di atención, aunque alcance a distinguir un cuerpo femenino
¡Si! Era una mujer, se había parado en frente Mio y su sombra ennegrecía la hoja de papel. No quise mirarla.
Creí que al rato se aburriría y se marcharía, mas tuvo la osadía de sentarse a mi lado
su respiración me pareció muy ansiosa
-¿Qué quieres? Le dije con austeridad sin levantar la vista del cuaderno
-¿No puedo solamente charlar contigo? Me respondió
-Dime una cosa, ¿te parezco un hombre solitario? Inquirí sin erguir la vista
-No lo se, suelo frecuentar el lugar y siempre estas aquí. ¿Qué te ocurre?
En ese momento, me zambullí en un hondo rencor, mi lengua se retorció con brutalidad y replique en mi defensa
¿Y vienes a que? ¿A mofarte, a compadecerme a robarme? ¿Qué queda de mi si no los restos de las alegrías pasadas?
Respire con fuerza y la mire…
¡Era bellísima! Sus ojos densos penetrantes y furtivos, de mejillas tensas y sonrisa simétrica. Nunca la había visto, ni tampoco recuerdo semejante hermosura, me petrifico, nublo por completo mis remembranzas y me incrusto, una maquina percusora entre mi garganta y mi tórax ¡tac, tac, tac! Quise balbucear algo, no me recordaba ni a mi mismo
mi expresión misma se había transformado en la estupefacción más ridícula, me sentí estúpido ¡TAC TAC! La maquina automática. Y ella, ella solo se sonrojaba un tanto y reía otro poco, me miro con ternura y me pregunto
¿te sientes bien?
Sus palabras estallaron en mis oídos, me golpearon en mi lóbulo frontal y descompusieron en su totalidad mi postura, me sentí débil.
Vacile unos segundos antes de poder recuperar la forma y le dije
-¿Qué quieres?- me sentía mas tranquilo
-Pues charlar contigo, estabas muy alterado- me contesto con duda
Yo suspire levemente, casi como desilusionado, mire al suelo y ya con mayor tranquilidad le pregunte su nombre.
Pasamos varios minutos sentados, unos 45 si mal no recuerdo, me hablaba sobre su infancia, veranos en la playa y amores fugaces de cielo estrellado. Le escuchaba con atención, callado, como suelen ser los de mi tipo, tal vez por eso los odio tanto, De pronto se detuvo, le quede mirando y me dijo
-no estas oyéndome- Le rebatí en seguida, no me sentía con ganas de emitir comentarios, ella asintió. Siguió hablando, me parecía una chica hilarante y al mismo tiempo me sentía como atrapado entre su aliento y mi ineptitud
Abrí la boca –Es tarde- Y se derramó el silencio con fuerza
¿Te marchas ya? Me preocupo
No se que decirte. Llegas de un momento a otro y arremetes con brutalidad, te haces mi amiga y tengo que oírte asintiendo con la cabeza, absorbiendo cada palabra, cada maldito fonema, mientras trato de hallarle sentido
¿Quién eres en verdad? ¿Quién te ha provisto de tu singular belleza?
maldigo el día en que fui concebido, todos los días y cada día que sucede ¿vienes a anunciarme mi muerte, o la cúspide de mi desesperación?
Porque, aun cuando tu faz hipnótica y severa me enclaustra, no ha apaciguado el sentirme un bobo, un solitario, un hereje, son las perdidas ¿sabes?
Ellas te secan, consumen tu carne y lo que en ellas ocultas, mujeres pérfidas, bendecidas como tu, tu, tu boca hirviendo y tu nombre insostenible
Elena ¿Qué haces aquí?
Mi discurso fue fatídico, sopesaba en mi mente y entre mis encías resonó brillante el eco nocturno
Otra vez su voz dulce –eres todo un romántico-
Sujete con fuerza el cuadernito entre mis manos
-¿ah si? ¡Como me gusta serlo! Podría darme un tiro esta noche
Su risita inocente me corrompía segundo a segundo
-¿quieres volver a verme?
Por supuesto, le conteste, no me cansaría de tenerte.
Quiso besarme, mas oculte mi cabeza, la sensación entera era una turbulencia, el sonido demoledor de los edificios cayendo, mi transpiración fría, el zumbar de los latidos, el ladrido de los perros. La noche estaba en mi contra, las fieras y los demonios reían a mí alrededor, bailaban al ritmo de los gritos de mi cuerpo
Me puse de pie, le di la espalda y huí.
A veces suele venir a mirarme, lo hace desde el otro extremo de la plaza
Todos los días.
Y todos los días soy el mismo extraño, el mismo que nunca ha logrado olvidar esa tarde, el olor de los naranjos el espesor del viento, no, no se desprenden de mi flagelo, pues aún después de muerto, seria la oscuridad y la tierra mojada.